La puta y la ballena

Agradecida calma, serenidad y sensualidad. Estos son algunos de los ingredientes que se van a encontrar si van a ver La puta y la ballena. Dirigida por Puenzo y protagonizada por una espléndida Aitana Sánchez-Gijón y un casi desconocido Leonardo Sbaraglia. La película es extraña pero rica, muy rica.

Está ambientada en Argentina, en Buenos Aires, en la Patagonia y todo el paisaje es espléndido. Puenzo narra dos historias que alterna, pasado y presente, recuerdos y la incertidumbre del día. Destaco el recuerdo, los tangos, los bandoneones, el fotógrafo, el burdel y la ballena; esta parte es espléndida, delicada. Nos traslada un poco a la pintura de Degás, de esas bailarinas de cabaret, la penumbra, etc. La película es como un lienzo.

El color sepia de las fotos y el blanco y negro me recordó a Federico García Lorca, a los muertos en la Guerra Civil española, dato que Puenzo toma para La puta y la ballena. Lean a Lorca, hoy les propongo La casada infiel, que le dedica a Lydia Cabrera y a su negrita: «Y yo me la llevé al río/ creyendo que era mozuela, / pero tenía marido./ Fue la noche de Santiago/ y casi por compromiso./ Se apagaron los faroles/ y se encendieron los grillos./ En las últimas esquinas/ toqué sus pechos dormidos,/ y se me abrieron de pronto/ como ramos de jacintos./ El almidón de su enagua/ me sonaba en el oído,/ como una pieza de seda/ rasgada por mil cuchillos./ Sin luz de plata en sus copas/ los árboles han crecido/ y un horizonte de perros/ ladra muy lejos del río./Pasadas las zarzamoras,/ los juncos y los espinos, / bajo su mata de pelo/ hice un hoyo sobre el limo./ Yo me quité la corbata./ Ella se quitó el vestido./ Yo el cinturón con revólver./ Ella sus cuatro corpiños./ Ni nardos ni caracolas/ tienen el cutis tan fino,/ ni los cristales con luna/ relumbran con ese brillo./ Sus muslos se me escapaban/ como peces sorprendidos,/ la mitad llenos de lumbre,/ la mitad llenos de frío./ Aquella noche corrí/ el mejor de los caminos,/ montado en potra de nácar/ sin bridas y sin estribos./ No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo./ La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. / Sucia de besos y arena/ yo me la llevé al río. / Con el aire se batían/ las espadas de los lirios./ Me porté como quien soy./ Como un gitano legítimo./ Le regalé un costurero/ grande de raso pajizo,/ y no quise enamorarme/ porque teniendo marido/ me dijo que era mozuela/ cuando la llevaba al río.»

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