Ciertamente que vuestros bellos ojos, dueña mía, no pueden ser otra cosa que mi sol… John Milton

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Ciertamente que vuestros bellos ojos, dueña mía,
no pueden ser otra cosa que mi sol,
pues me golpean tan fuerte como él suele
a los que caminan por las arenas de Libia;
mientras un cálido vapor -como no sentí nunca antes-
se levanta en el costado donde me duele,
que acaso los amantes en su habla
llaman suspiro; no sé que pueda ser.
Una parte cerrada y turbada se esconde
bajo mi pecho, y luego saliendo de él un poco
allí en torno se hiela o se congela;
y en cuanto halla lugar cerca de los ojos
me suele hacer llorosas todas las noches
hasta que mi aurora vuelve llena de rosas.

JOHN MILTON

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